Paisajes de la memoria
La mirada y el paisaje permanecen como pegados uno a la otra, ninguna sacudida los disocia, desfila ante nosotros más allá de nuestro pequeño mundo. Un mundo en el que están presentes todos los paisajes, en el encadenamiento y la infinitud abierta de perspectivas.
No representa ninguna dificultad comprender cómo puedo pensar al Otro porque el Yo y el Otro no estamos apresados en el tejido de los fenómenos y tenemos, más que existencia, un valor. Nada hay oculto detrás de estos rostros o gestos que miramos, ningún paisaje que me sea inaccesible; sólo un poco de sombra que no es más que por la luz.
La vida, el camino y la memoria consiguen que seamos capaces de comprender las relaciones singulares que se tejen en las partes del paisaje entre sí o entre éste y yo como sujeto encarnado, y por las que un objeto percibido es capaz de concentrar en sí toda una escena o devenir la imago de todo un segmento de vida. El sentir por tanto es esta comunicación vital con el mundo que nos lo hace presente como lugar familiar de nuestra vida, nuestro hogar. De modo que incluso algunos objetos o actos de vinculación pueden aportar mágicamente al paisaje sus determinaciones espaciales, sus olores, sin nunca aparecer en el mismo. En el horizonte interior y exterior de la cosa o del paisaje, hay una copresencia o una coexistencia de los perfiles que se anudan a través del espacio y del tiempo.
Para completar la percepción de los recuerdos que nos acercan los paisajes, precisamos que la fisionomía de los datos los haga posibles, que la estructura del paisaje o de la palabra, espontáneamente esté en consonancia con las intenciones del momento y con las experiencias anteriores, dar sentido por la actitud que adoptamos. Lo cual hace que soy yo quien tiene la experiencia del paisaje, una consciencia en esta experiencia de asumir una situación de hecho, de recoger un sentido disperso por los fenómenos y decir lo que quieren decir de por sí. Incluso en los casos en los que la organización de los mismos es ambigua y en los que puedo hacerla variar. Una de las caras del cubo no pasa al primer plano más que si primero la miro y si mi mirada parte de ella para seguir las aristas y encontrar, finalmente, la segunda cara como un fondo indeterminado.
Pero este paisaje no es necesariamente el de nuestra vida. Puedo “estar en otra parte” aun quedándome aquí, y si se me retiene lejos de cuanto amo, me siento excéntrico a la verdadera vida. Nada hay por ver más allá de nuestros horizontes, sino otros paisajes y otros horizontes. Un futuro lleno de paisajes nuevos que nos esperan, vivos, al que sólo nosotros tendremos acceso.
Alfonso García, mayo de 2022