La escultura en piedra requiere mucho oficio, maestría técnica y dedicación a la obra. Estos factores son imprescindibles para entender el trabajo de Roberto Martinón, que expuso en nuestra Sala Bronzo ocho piezas únicas, piedras talladas, una en mármol y siete en basalto.
En su barranco de Güimar el tiempo parece detenido y las obras van surgiendo sobre una mesa sencilla, a la luz del día, envueltas en el aire que baja hacia la costa. La pelea contra la piedra es más bien un diálogo en el que la forma va pidiendo concreción y piel. La depuración técnica está al servicio del resultado, en el que las líneas deben dibujarse a cincel, los volúmenes buscan equilibrio y la superficie pide reflejar luz.
El diálogo en sí es la base del trabajo de Martinón. Estas piezas emergen con geometría en la base para florecer en formas orgánicas, suben verticales y buscan el horizonte, nacen monolíticas y se abren en dos. La confrontación entre opuestos. La pieza resultante no está escindida, nos ofrece unidad, armonía y equilibrio, el dilema resuelto.